La Leónidas N°1: Las cosas por su nombre* ( Eugenia Segura)

El 22 de febrero fue un día histórico: el pueblo de Mendoza ha tomado conciencia sobre la defensa del agua a tiempo. Sin embargo, la miopía de los medios masivos enfoca la pata rota de una silla, para construir en la mente de los que no estuvieron una imagen de violencia que no es tal, pese a que en los foros la gente insista en que fue una marcha totalmente pacífica. Urge un análisis del tratamiento en los medios.

Tal vez sea hora de empezar a desactivar esa bomba de lenguaje, de construcciones discursivas que distorsionan los hechos, y nos separan de ese acceso directo que cualquiera que no haya vendido su alma por una rosquilla, o por lo que fuere, tiene para con las verdades elementales. La toma de la Legislatura hizo historia, porque esos muchos que cruzaron la barrera invisible que nos separa del lugar en donde se deciden nuestros destinos, dejaron de ser sujetos (es decir, sujetados) adentro de una masa (entonces, ni masiva, ni multitudinaria) y le devolvieron su significado a esa palabra tantas veces vaciada de sentido: pueblo. Aunque la marcha fue pacífica todo el tiempo, y eso todos los que estuvieron ahí lo atestiguan, lo único que les puede haber parecido violento, a los que detentan el poder y sus respectivas rosquillas, ha de haber sido ver ese fenómeno tan raro: tantas conciencias juntas cantándoles la justa, en la cara: el agua de Mendoza no se negocia.

Para muestra, basta el relato que se armó en los dos días siguientes, en los que por un sillón roto, tres micrófonos y un vidrio partido, se ha acusado a 3000 personas de antidemocráticas, golpistas, y otras lindezas por el estilo. Más allá de que estas minucias sean fácilmente reparables (¡llamen a un carpintero, che!) en comparación a los daños irreversibles que pueda producir el simple hecho de apretar un botoncito que diga sí/no/no sé en ese recinto (y no sería la primera vez que esto ocurre, ya tenemos a Potasio Río Colorado instalado en Malargüe, aunque ejemplos hay miles), en un día histórico para la provincia, los medios masivos de comunicación enfocan la pata rota de una silla. Esto no es menor, y como mínimo, debería despertar una señal de alarma.

La palabra agua aparece cero veces en la crónica del Uno, una sola en la de Los Andes. Sí vas a encontrar muchísimas que insisten en torno al tema de la violencia: “entraron a la fuerza”, “irrumpieron”, “como una tromba” “hubo destrozos”, “la tensión duró varias horas, hasta que se desconcentraron”, “dura protesta antiminera copó el recinto” “caos”, “fundamentalistas”, “importantes desmanes” (elsolonline). Nos han dicho desde vándalos hasta ecoterroristas, pero esta es realmente notable: ”protestantes”??? (sic diario Uno).

Este escenario construido discursivamente por los medios, dio pie para que al día siguiente, en una entrevista en canal 7 titulada “El Jefe de la Corte calificó de antidemocráticos a los activistas que irrumpieron en la Legislatura” (disponible en internet), Alejandro Pérez Hualde (¡Jefe de la Suprema Corte de Justicia!!!), a la hora de dar su lectura, y con la pregunta teledirigida de la entrevistadora, no diga absolutamente nada sobre el agua, los tóxicos o, ya que es su especialidad, sobre las causas judiciales que hay en torno a Minera San Jorge y sus argumentos legales, y en cambio centre su discurso en la palabra “antidemocrático”. Para citarlo de manera textual: “Lamentablemente creo que hay pequeños grupos –porque son no son grupos determinantes ni mayoritarios, son pequeños grupos- que toman iniciativas que no condicen, no están, no son acordes con los procedimientos democráticos, con los procedimientos republicanos”. ¿Qué significa esta remarca, esta triple negación, esta insistencia en la omisión de lo importante y esta puesta en relieve de una supuesta agresión que no es tal? El pequeño grupo de 10 mil personas que marchó en la vendimia, unos días después, advierte cómo una mala lectura sobre hechos sociales sistemáticamente mal informados, puede repercutir en un país donde todos, desde las empresas mineras hasta el Estado del Indec trastornado, juegan a toquetear las cifras con la varita mágica del número que se les canta.

Y podrá haber sido un lapsus, aunque en psicología se sabe que los lapsus tampoco son gratuitos, pero el discurso del juez comienza con un “Bueno, por supuesto que no vamos a emitir opinión sobre los temas vinculados a la protección del medioambiente, y al avance de la megaminería en Mendoza como recurso natural, porque son temas que van a llegar, si no es que no han llegado ya a los estrados del Poder Judicial, y tenemos que ser respetuosos”. O sea, ¿la megaminería es un recurso natural? ¿Por qué habla de avance cuando el eje del reclamo es, justamente, que retroceda? Y, con esto lo dejamos en paz: ¿es que no está enterado de las causas penales y los recursos de amparo que efectivamente ya han sido presentados, hace rato, al Poder Judicial? Si tres mil simples ciudadanos ya lo sabíamos, puesto que veníamos de cantar ahí más o menos lo mismo que cantamos en la Legislatura (adentro de la casa de las leyes, posta que no se rompió ni un alfiler), con la misma fuerza, como para que al menos algún asesor o secretario lo oyera.

Resulta que las palabras –lo sabemos bien los lectores, y deberían tenerlo presente los comunicadores sociales- no son inocentes, por el contrario, arrastran los significados de los contextos en que fueron pronunciadas a lo largo de la historia. Y también –esto lo sabemos bien los escritores- una palabra llama a la otra. Es decir, tienen espesor, temperatura y un magnetismo que les es propio.

el oro da sed

En la mina brilla el oro/ al fondo del socavón”; ya desde el epígrafe surge la primera confusión, que atraviesa toda la nota de Rudman (23/2, MDZ), y que es necesario desmontar: precisamente, resulta que se han agotado, en todo el mundo, las vetas de ciertos y determinados metales. En palabras del periodista Jesús Rodríguez, en una excelente crónica publicada en el diario El País de España: “Para conseguir un discreto anillo de oro hay que volar 20 toneladas de montaña. A ciegas. El oro no se ve. Se adivina. Química y geológicamente. Las pepitas son una anécdota del pasado… Está disperso en cantidades microscópicas. Como si alguien lo hubiera espolvoreado sobre kilómetros de terreno desierto. Hay que ir más lejos, a lugares más inaccesibles, cavar más hondo y gastarse más dinero para extraer menos. Y, desde los ochenta, trabajar a cielo abierto. Como en Veladero. Este tipo de explotación dobla la producción de la minería tradicional de galerías. El daño ambiental puede ser irreparable”. Las galerías o socavones que seguían la veta, que requerían el trabajo de muchos mineros de pala y pico, de esos con el foquito en la frente, ya no existen para los metales en cuestión. No es que vaya a faltar el aluminio (que es abundante, aunque extraerlo requiere mucha energía eléctrica) o el hierro, etc. Es un error de concepto, que las trasnacionales mineras fomentan, porque les sirve para inflar números (cuando cuentan los puestos de trabajo que da la minería, por ejemplo, están contando hasta los que trabajan en canteras de mármol, piedras lajas, cal, etc.; de hecho, ellos apenas generan un (1) puesto de trabajo por cada millón de dólares que invierten). Y también para ese pseudo-argumento de que, si estás en contra de la minería, tenés que tirar hasta la sartén de tu casa. ¿“Recursos que la Pachamama nos ofrece”? No, no los ofrece, por eso el método de extracción es arrancárselos a fuerza de explosivos (13 toneladas de explosivos diarios: eso es San Jorge), toneladas de xantato sulfúrico o cianuro, millones y millones de litros de agua cruda de altísima pureza: la que está en las nacientes de agua. Por eso puntualizamos, aunque a veces no quepa en los carteles o en el estribillo: contra la megaminería hidroquímica a cielo abierto. No tenemos nada en contra de los tipos que sacan mármol, ni contra el Partenón, como un geólogo pro-minero redujo al absurdo.

Y no es por fundamentalismo: a menos que se descubra otra manera para extraerlo, ese oro o ese cobre microscópico y disperso, mejor que se quede en donde está desde hace millones de años. Mejor que reduzcamos el consumo irracional, y lo que ya se ha extraído, lo reciclemos. Es simple: si tenemos que elegir entre los metales o el agua, no hay vuelta que darle. Si las manos que le echan toneladas de cianuro o de xantato al agua son de empresas extranjeras o argentinas, estatales o privadas, da más o menos lo mismo: en el fondo, lo único que varía es en el nombre: homicidio o genocidio, porque el veneno es el mismo.

Sed histérica”. Esto reedita siglos de machismo en un texto que confunde a las minas con mujeres (y a las mujeres con mesas o platos), y que feminiza en sentido peyorativo a los “verdes ecololós”, a los “fundamentalistas” –todo esto en un mismo párrafo de Rudman, que más adelante vuelve a remarcar: “gestos de histeria”.

Recursos naturales”, esa expresión que viene desde la cuna de la civilización bancaria, donde el hombre empezó a considerar a la naturaleza como algo que se oponía a la cultura, algo que estaba ahí para recurrir y extraer: “Toda la historia de la humanidad es la historia de la lucha por conquistar la naturaleza”, dice Rudman de esta idea que predomina en Occidente nomás desde el año 1500 hasta nuestros días, y que nos ha conducido a este pacto suicida global: en los últimos 200 años sobre todo, de la Revolución Industrial a esta parte, le hemos hecho un agujero a la capa de ozono, hemos llenado la atmósfera de gases de efecto invernadero, hemos contaminado ríos, mares y napas. Desde las asambleas por el agua, estamos tratando de revertir este concepto: no más recursos naturales, el agua, la tierra y el aire son bienes comunes a todos los seres que andemos de turno por este planeta.

La conciencia no tiene izquierda ni derecha, sencillamente, no tiene lados. El agua tampoco, de ella dependen, además de los seres humanos, toda la flora y toda la fauna, y si alguien vio alguna vez un sauce peronista, un guanaco radical o un tomate marxista, que me avise. Los gobiernos pasan, las ideologías políticas cambian, los diques de cola quedan. Por milenios. Y es que aquella frasecita, que empezó como metáfora, “El oro da sed”, ha pasado a ser literal, en muchos aspectos. Les da sed a los empresarios, a los políticos, a los medios. Y una sed real, muy concreta, a esas “zonas de sacrificio” que en nuestro lenguaje, se llaman pueblo.