La Leónidas Nº 2: Editorial: Fragmentos de una novelita crítica (Pablo Grasso)*


             

El crítico es un estratega
en el campo de batalla.
       
Walter Benjamin,
La técnica del crítico en trece tesis.


Sentados en círculo bajo la parca irradiación de un foco de 45 watts, los hombres descansan tras una dura faena. En un rincón oscuro del cuarto, envuelto en papel de diario, yace el cuerpo sanguinolento de un libro. Por sus márgenes, a través de ciertos hematomas y cortes superficiales, puede divisarse (como si se tratara de una puntual estratigrafía) el discurrir de la literatura mendocina contemporánea.

Como en el mito griego de la castración uránica, las gotas de esa hemorragia, de ese flujo oscuro y de densidad siempre variable caen hasta mezclarse con las infinitas inmundicias (semen, lágrimas, premios estatales) que pueblan el otrora impoluto suelo de la habitación.

Estamos en el Fin del Mundo, antes del Gran Estallido, en el Último Rincón Posible.[1]

  
Dramatis personae

Humo. Cigarrillos. Botellas. Ladridos lejanos (¿a quién le ladrarán esos perros?). La noche está poblada de pequeños incidentes sin relevancia. Autos que aceleran, disparos aislados, gritos perdidos. La habitación es un hueco tranquilo en medio de la oscuridad.
Mirálo, parece un sacristán.
¿Y el otro?
Baila sin meterse (perdido en lo desértico).
Eso dicen.
Hizo del inodoro un trono y ahora lanza dicterios trasnochados.
¿Verdad? Es lo que todo el mundo comenta.
¡Lleva un sable cargado de luz mala!
[…]
¿Venderá el Éxtasis en cómodas cuotas? ¿Sobrevivirá al estallido hormonal que la atraviesa.
No lo sé, no está sola, ni perdida, ni hambrienta.
¿Está…?
Lleva una pesada mochila. A veces se detiene; otras, no.
¿Sueña?


Contrainteligencia

Yo digo que él dice que aquellos dicen lo prácticamente dicho por todos. Lo que demuestra a la luz de ciertas constancias hermenéuticas, que en pleno vértigo circulatorio, en pleno furor proliferante de las doxas, los relatos emitidos por el Sistema Nervioso Central del Último Rincón Posible, son eso: una pura y contumaz nebulosa.

Descifrar los mensajes que emite el Último Rincón Posible a un nivel estrictamente literario es haber aceptado la invitación de entrar a giorno en el difuso terreno de las blasfemias, la mala leche y la erudición.

(Es por eso que estos hombres están muertos; nadie podría reclamar la estela deleble de unas sombras descolocadas.)



El Escritor Local[2] tiene una personalidad ciertamente sensible; por eso –en función a ese dato caractológico- sabemos que en algunas noches de luna llena, y si la situación así lo amerita, suele llorar. Y que esa reacción, por otra parte natural en un cuerpo joven(?), sano y voluntarioso, es la materia insustituible con la que está hecho el espesor[3] de su obra.

Todo en un mismo y único movimiento, como enseña la práctica rigurosa de la caligrafía china. Todo de una vez y para siempre y sin mirar atrás –en eso consiste la eficacia de su método. Es por eso que el escritor de estos pagos traza desde muy temprano la que será, si el viento de la historia y su propia capacidad de adaptación al medio se lo permiten,la impronta de una economía futura, a cuyo rigor y criterio totalizador sacrificará el merecido fruto de su trabajo y la relativa verdad de sus ideales.

En fin.



Ha visto a las mejores mentes 
de su generación destruidas por la locura, 
hambrientas histéricas desnudas, 
arrastrándose por las alamedas
al amanecer en busca 
de un colérico virulazo

En la mente de Él las palabras circulan como fragmentos dispersos de un asteroide verbal,caído en algún inhóspito lugar -suponemos- del desierto lavallino. Es todo lo que puede llegar a saberse sobre tan mítico origen. Pero alcanza (y cómo) para suscitar la emergencia de una tradición propia (de puro arraigo telúrico o, por lo contrario, conjeturalmente extraterrestre) y sentirse a la fuerza –y por la fuerza misma de esa poderosa definición- legitimado. A partir de ahí, a partir de ese posicionamiento crucial en el organigrama cósmico, el Centro[4] será el lugar elegido para llevar a cabo una serie de disputas simbólicas.(Y a ese horizonte agonal irán a morir, breves y melancólicas, las poluciones nocturnas de varias generaciones de autores.) Pasado el tiempo, nuestro héroe suplirá sus carencias afectivas, políticas y culturales, con el halo instrumental de la diplomacia. Será un hombre recto, adulto, sin resentimientos, que mirará su pasado sin mácula de nostalgia o pena. Habrá adquirido las mañas de un animal doméstico, agradecido de la vida y de las sólidas migajas que, con una premeditación rayana en la astucia, ha sabido recoger de su época.

É.L.












aquello que se creía perdido vuelve ahora a urgirnos como una oscura llamarada qué es lo que creímos esconder bajo el ropaje sencillo de nuestros gestos bajo el ala estúpida de los pensamientos aislados qué es lo que supimos leer sobre la superficie averiada de las cosas como si un rayo una satori fulminante nos hubiera revelado algo un sentido una senda una dirección confiable por la cual transitar a ciegas sin brújula ni miedos qué sucedió después días meses años después para que reaccionáramos de tal forma (¡el horror! ¡el horror!) cierto que había que deambular por las calles desmantelando el frente enemigo esconderse –dirías- entre la gris muchedumbre planificando con timidez nuestros atentados



                                               
Lo consiguió en una mesa de saldos. Viejo, amarillento, con las marcas que el paso del tiempo imprime en todos los seres, vivos y no. Luego lo llevó al cuarto dejándolo abierto sobre la mesa de trabajo. Subió el volumen de la radio. Captó el leve vaivén sonoro de la Emisora Oficial. Constató la existencia de las herramientas necesarias; operó.
Sobó.
Cortajeó.
Perforó.
Leyó; hizo crítica literaria y, ay, eyaculó.


                                                                        
Sobre la crítica literaria como canoping[5]Imaginemos un texto cualquiera al cual se le asigna, v.gr., el valor de un paisaje: un paisaje montañoso. Imaginemos asimismo una línea ficticia que atravesara de punta a punta (como un largo cable de acero) la totalidad de la página escrita. Imaginemos: lo que hay abajo, lo que hay arriba, lo que se escurre vertiginosamente a los costados... El crítico, suspendido de su arnés teórico, se desliza a la cuenta de tres... La sombra de su figura proyectada bajo el ***[6] será el único testimonio de su paso fugaz por el texto.

                                                              

y estaba sobre todo el asco la repugnancia el odio inflexible al protocolo intelectual al mandarinato servil de la época esa forma de resistencia autodestructiva por otra parte tan previsible (siempre el envión la cornada fatal dirigida hacia lo mejor/peor de nosotros mismos) que nos llevaría días meses años después a morir enclaustrados en baños malolientes en vagones abandonados o en las infinitas camas de la CARIDAD consumidos por espasmos de éxtasis sin goce ni vértigo



Dramatis personae

¿Por qué tan cristiano, tan oscuramente curial el sur nuestro? ¿Por qué tan austero?
¿Por fatalidad? ¿Por latitud?
¿Los “collones eternos”?[7] 
En su tumba hay flores, flores secas. Las placas están de más; son devoradas por el(lento) silencio villero.
Pienso que ahí está el comienzo de todo, el origen primero de nuestro malestar.
¿El cinturón bíblico?... ¿El asteroide?...
¡La madrastra!
[…]
Reina en el agua pura y, ávida, no se mancha.
Fue sin duda la impronta indubitable del video clip, su malogrado vértigo.
¡Les hacharon la mesita!


  
La cotidianidad de un grupo de tareas no es fácil y suele producirse todo tipo de roces. Nada se sabe: ni qué pasará mañana ni quién dejará –por muerte, enfermedad, premiación o fuga imprevista de alguno de sus integrantes- la muelle seguridad del aguantadero.

Es inherente a este tipo peculiar de ilegalidad la sensación[8] de que se está parado la mayor parte del tiempo sobre terreno inestable(“en lo barroso” como dice, creyéndose muy culto, el chistoso de siempre). Y eso produce verdaderas sobredosis de nerviosismo, borbotones de ansiedad... Sucede que estos hombres (los Leónidos), además de pasarse muchas horas encerrados entre las cuatro paredes de una casa en un barrio periférico, consumen ingente cantidad de drogas: alucinan rizando el fragor del rizo.[9] Con cada ingesta, con cada paquetito encontrado al azar, nace la maravilla: un texto cortajeado se vincula con otro manchado de vino u orina, el nombre de un autor murmurado por alguien que no pudo o no quiso llegar al baño –METELE TIZA- con otro citado por quien cree haber hablado pero no (todo esto sucede dentro del ámbito marginal de sus cráneos).

Así van, dueños de sí, tramando las hilachas afiligranadas de su conjura.



Los muros de la habitación están forrados con cientos de vestigios de la cultura escrita (importan las fechas, las genealogías, los contextos, las fuentes; importan las diferentes estéticas en pugna). Sobre la pared que da unos los cerros nevados y con una caligrafía algo titubeante, alguien escribió:


PROMOVER UNA REVOLUCIÓN
QUE DERRIBE EL MONOPOLIO
DE LA LITERATURA LOCAL/ UTILIZAREMOS PARA ELLO A AUTORES QUE CARGUEN EN SI LA SUPREMA IMPIEDAD DEL RESENTIMIENTO Y LA PARANOIA/ ASQUEADOS POR LAS CONDICIONES DE UNA ÉPOCA INFAME, ÉSTOS HABRÁN DE ENTRAR A SACO EN EL PALACIO DE ¿INVIERNO? PROCLAMANDO A LOS CUATRO RUMBOS CONSIGNAS QUE RESONARÁN COMO GRITOS DE COMBATE/



Los hechos

Hubo un verdadero trabajo de inteligencia. Se planeó la acción en tres partes bien diferenciadas.Primero: observación directa del material. Segundo: secuestro. Tercero: huida.
Hubo también especial cuidado de no dejar huellas.
Entonces borramos las marcas, los posibles elementos incriminantes.
Y nadie dijo nada.
La prensa no dijo nada. La televisión no dijo nada. Los intelectuales estaban en otra. Dormían de cara al sol.
Las redes sociales, antes tan alertas y en pie de guerra contra cualquier forma de injusticia, continuaron con su particular atonía, desentendiéndose del asunto.
Sólo son libros, dijeron.
Papeluchos de una pobre feria, dijeron.
Mientras los novelistas miraban el techo.
Mientras los cuentistas miraban el suelo.
Mientras los poetas miraban un objeto (un jarrón) al cual no podían (ni querían) definir.
El grupo avanzó como un virus programado para aprovechar las condiciones de una época desatenta.
Se leyeron detenidamente los informes, las propuestas metodológicas, las estrategias a seguir.
Y el trabajo se hizo. Limpiamente y hasta con una inusitada delicadeza.
Fue una acción directa.

Luego, dos días después del último operativo, el cuarto de la vivienda del barrio periférico se llenó de ruido. El humo desdoblaba confusamente las perspectivas. Todo formaba parte de un tópico contracultural al cual creíamos pertenecer. Éramos los continuadores, los epígonos de una larga y alucinante tradición  –un adobe místico- de cuyos padres fundadores solíamos olvidarnos con demasiada frecuencia.
Sin embargo la cocaína existía (de hecho, la fraccionábamos utilizando nuestros propios panfletos).
La marihuana existía.
La ketamina llegó a ser una realidad tangible.[10]
El alcohol garantizaba cierto grado de lucidez. El alcohol era una brújula. Una boya imprescindible colgando del horizonte.
Nadie dijo: está mal lo que hacemos.
Nadie dijo: no tiene sentido, es absurdo…
Nadie preguntó: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con qué objetivo?
Pero siempre es poco. A decir verdad, todo nos resulta poco últimamente.
Hay que esmerarse más, salir de la modorra.
Planificar el próximo golpe. Hacer sobre la pared desnuda tantos cálculos como sean necesarios. Ordenar el cuarto de trabajo. Recoger las herramientas. Levantar los pedazos. Desaparecerlos.[11]


  
///

Apéndice

Los collones eternos [12

I
lelo litio lameculos
a lamidos limpios linajudos
 inaugurando piezas por-
centuales
en plan panorámico
 (editado)
panóptico
acanalado
 dentre la siembra
serviles sanadores
de cuyo seno
separábanse luengas
lágrimas alegres alertas
 siempre siempre
como la almohada roída
de ya no ver verse la en-
trepierna
en globosos glúteos gobelinos
 entonces
de escritores sureros sin suerte
apergaminados
por pliegues académicos
o formales hallazgos
de la uretra
en redacciones
cada vez más pulpas
enormesdeformes
omisiones
del pasado atroz
 benedictino
a diario lémures floridos despe-
lotados
en la estatal covacha
que estambran
superficies mediáticas
 sin paz ni tino
ni
justicia pente costal
 del niño rubio amorado
/un puntazo/
nunca adosado
a la martingala
 furiosa
decadente que
o simulase
o gira a grados menta/mente
oh suplicio mayor meta-
lúrgico artesanal
de lamas manyando
en el cafetal 
de la hosca carbónica
lumínica
ambrosía popular
y lo que dícese
por amorío turbio apijado
en ese rincón ahumado
qué fumo enervante plagiara
en zoco
ritual de extrarradio?
como si la carcajada
mayor ubicua
de todas las zalemas posibles
terminar pudiera
con la cultura curvada
 del círculo
de acequia encendida
en el empeine que entre-
ve esa posibilidad 
de la retina rancia
antojolizada
raudamente rígida de bombar-
dearse mutuamente
 las quijadas

II
persiguiendo
el estilo que ayer nomás
 royeran en esa escapada furiosa
drogada diagonal
 a Oriente horizontalmente
encendido
como la paz que no lle-
gara enyugada
por silabáricas meretrices
pautadas radiando
 una tuca
de contemporaneidad
 perdedora
predecible pero jamás
nunca desaguada
 ni vertida
que los poetas
(escriben)
sobre poetas
ahí nomás
en el salitre ambiguo
mal lenguado que lamióse
solo
solísimo por años ciego
los huesos
de Lorenzo
cual exvoto axial
 de una futura Cruzada

III
para exportar
perdedoras
deshechas ideaciones
envueltas en radiaciones
elucubradas
en un sur crístico
homeopático
que en arenales
desiertos metafísicas
 verdades regalara
cuarenta
eternidades sin baluarte
eyaculan
 la limpia vox
del pueta

2002


* Inédita.
[1] La peste había arrasado con buena parte de la población cortando sus racimos putrefactos. Sólo habían sobrevivido escasos núcleos habitados entre los cerros y más allá, en el amplio desierto. La peste, ahora que lo pienso, contribuyó de manera sorpresiva con nuestro trabajo. Los organismos encargados de la preservación de la Cultura, al verse superados y agotadas finalmente sus instancias defensivas, se diluyeron de la noche a la mañana. Bibliotecas, museos, librerías, archivos y las universidades fueron a partir de entonces nuestro festivo coto de caza. (Recuerdo la larga lista de “elementos patógenos” -así los llamábamos- empleados para hacer colapsar, en acciones espontáneas que ahora ya nadie recuerda, el interior del Gran Mausoleo de las Ideas: ratas, gusanos, cucarachas, vinchucas, arañas, culebras, perros sarnosos, fetos, excrementos, gatos en celo, gorriones degollados [sin ojos, of course], termitas, hongos, alacranes, cactus, estampitas, escapularios, cenizas, juguetes rotos, banderines, fotos, alpargatas, huesos, desechos recolectados en nuestras andanzas frenéticas por geriátricos, albergues transitorios, boliches, estadios, bares, escuelas, comisarías, mataderos, comercios, wisquerías, jardines maternales y demás dependencias del Estado; además de panfletos políticos [ambidextros], diarios, revistas, diccionarios, enciclopedias, manuales, fanzines, partituras, ordenanzas, papers, reglamentos, expedientes, guías telefónicas, servilletas, mapas, boletas, páginas de La Biblia y El Corán, etc.
[2] A partir de ahora: Él.
[3] La Gravedad como metástasis textual.
[4] la Plaza Mayor, la Cátedra, el Medio, la Revista Independiente o el Blog Sumarísimo. (Persiste la opinión de que el Centro no existe y que su constante nominación en bares, celdas y redacciones sería el producto trasnochado de alguna primitiva mentalidad paranoica. Fieles de un culto incorpóreo, los habitantes del margen serían, desde este punto de vista, abstractacciones carentes de una identidad reconocible. So[m]bras nada más…)
[5] Deporte extremo consistente en desplazarse de un árbol a otro (piénsese, por ejemplo, en la ecuación árbol = tradición literaria) a través de un cable de acero, con la ayuda de un arnés de cintura y una polea. Actualmente se ha extendido su práctica sobre distintos accidentes geográficos, en especial en aquellos particularmente sensibles a las prácticas predatorias humanas.
[7] Ver Apéndice.
[8] facciones neorrománticas en el seno del grupo así lo atestiguan (en verdad les choca llamar “cárcel del pueblo” a un viejo arcón oxidado).
[9] Salomé, Carlos. Mágnum, Bs. AS., Ocnos, p.  93.
[10] El primer mártir del grupo, confundiendo el lugar y la hora de una reunión, quedó atrapado en el interior de un sorpresivo Hoyo K. Sirva este pie de página a modo de homenaje.
[11] El futuro
No voy a mentir (¿quién habla cuando habla?). No voy a seguir con el plan prefijado. Olvidar y proseguir. Recolectar y quemar. Leer y acumular. Rápido. Se acaba el tiempo. Mi salud está que arde. Es la fiebre de la peste y el color dorado que todo lo tiñe y desdibuja. Mis pies.   Mis dedos. Mi pene es un arbusto lleno de vida. Amén. El aguantadero ahora es mi tumba, mi mausoleo privado. (¿A quiénes le ladrarán?) Una pirámide negra erigida a modo de homenaje por mis súbditos barriales, quienes, humildemente y  sin que se los pida, se desnudan y abren sus nalgas para que yo, rey de este infierno, me vacíe... ¡Qué más puedo hacer! Horror de haber nacido hombre y de haber respirado el aire del mundo como una esponja obsesiva…Horror de haber perdurado aunque sea por un solo minuto en la memoria percudida de seres tan inmundos como yo. Asco y bardeo sobre toda la humanidad.               
[12] Salomé, Carlos. Opus cit.

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