La Leónidas Nº 2: Dossier: Nación e imaginación: Cucurto y el “colectivo descontrolado” (1° parte) (Gastón Ortiz Bandes)




Zelarayán, los sin-estado y “la Gran Empresa de los Mendes”

A Ricardo Zelarayán una vez le robaron su nombre para dárselo a otro sustantivo también propio: el libro debut de un tal Washington Cucurto, publicado por Ediciones Deldiego en 1998 pero escrito, según el autor, en “el año 96-7”. Zelarayán-libro era pues un poemario y también quizá una novela hecha de capítulo-poemas, una “mezcla de televisión, cómic y poesía”[1] que empezaba así:


A las diez

de la mañana

recitando sus mejores

poemas

asustando a cajeras y viejas

con su aullido

Ricardo Zelarayán

era arrastrado de los pelos

por los guardias de seguridad

por tirar las espinacas

al piso,

las bandejas de los kiwis,

al piso

por destapar los yogures

de litro,


Este “Zelarayán”-personaje, que anda “como un demonio”, personifica la nueva poesía salvaje. El poeta es en esa década un “monstruo” que imprime “temor / en niños y niñas”, un ente no (del todo) humano, un híbrido de naturaleza y cultura que profana el lugar sagrado por antonomasia del consumismo global: el supermercado. “Zelarayán” en efecto es “desalojado” de allí con violencia, “por tener malos hábitos / y ser improductivo / para la Sociedad / para la Gran Empresa Nacional / de los Mendes”.


En nuestra habla, Mendes -¿comprendes?- aún alitera el nombre propio y público (y yeta, impronunciable) de la cara del poder estatal que consolidó el modelo neoliberal en la Argentina. La “Gran Empresa Nacional” representada en la imaginación pública –ese lugar teórico a dónde fui a traer escritas estas notas[2]- como el “colmo del afano”. Fiesta de corrupción y derroche, con la ferrari de Carlos Saúl y un coro de yomas, mariajulias, cavallos, modelos, locutores, senadores, zulemitas, cuentachistes, empresarios, futbolistas, manzanos, sindicalistas, escritores… flashes de memoria mediática, televisión registrada que nos deshoja (mal de ojo) viejas Caras, Gente.


La política pues, obediente de entidades bancarias y financieras transnacionales, se montó como espectáculo para vaciar de representatividad democrática al Estado, mientras éste siguió no obstante operando en calles y rutas a través de sus instituciones de disciplinamiento, control y represión, representados en este texto inaugural de Cucurto por los “guardias de seguridad” que encierran al poeta en “una jaula de grueso espesor” por atentar contra la mercancía y los valores del libre comercio. Los “hábitos” de “Zela” son “malos” porque cortan –método piquetero- la ruta prevista para la mercancía (espinaca para ser fuerte, yogur para ser sano, kiwis que son importados) en el supermercado. O en el shopping, ese otro (no-)lugar sagrado del nuevo orden imperial que los medios académicos y de comunicación llamaron con la vieja palabra globalización[3].


Programados por las corporaciones del capital financiero internacional en articulación con el terror milico-empresarial local en los 70, los nuevos buenos valores y “hábitos” se fosilizaron en dispositivos de homogeneización subjetiva en los 90. Chips de control cognitivo-conductual variables según segmentos poblacionales: la importación de frutas como el kiwi hace que, entre góndolas, algunos clientes se sientan en el primer mundo, mientras otras grandes cantidades de ciudadanos, por el contrario, siguen sin poder ejercer demasiada voluntad sobre la forma en que la globalización y las “democracias en conformidad con los mercados” afectan su propia vida.


El “heladero del Once”, “Changarín Músculo”, el “llenagóndolas”, las tickis que detrás de tablones de saldo “quisieran ser modelos o estudiantes de Agronomía / y los sábados a la noche sacan a relucir su alma cumbiantera”, obreros, colectiveros, putas, vendedores ambulantes, cartoneros, repositores, cajeras, padres enloquecidos, madres niñas, abuelas con muchos nietos, máquinas de hacer paraguayitos luego ebrios y celosos de sus hermanas, negras dominicanas, bolitas, perucas, gurises del norte argentino y la Mesopotamia… Voces de la diáspora rural posterior a la invasión del libre juego competitivo del mercado internacional sobre las pequeñas economías locales. Voces de los hombres y mujeres atrapados laboralmente en un circuito rutinario y, paradojalmente, inestable: “El Kiosco es tan duro como / la intemperie”.


La jaula ya no es de hierro (como Max Weber caracterizó al espacio-tiempo inamovible del estado de bienestar) sino más flexible, aunque no de menos “grueso espesor” histórico-social: la progresiva desregulación del mercado de trabajo (que se hará ley con el nombre de flexibilización laboral durante la presidencia de de la Rúa -continuador de “los Mendes”- en la “Gran Empresa Nacional”) unida  a la estafa de las AFJP, la convertibilidad deficitaria, el desmantelamiento de fábricas y la pauperización de la política social. El título de un poema de Hatuchay, (poemario homenaje al “Once y sus trabajadores” publicado en 2005 pero escrito –según el autor- el 30 de diciembre de 2002) sintetiza la sensación de la mitad más mil de la población: “Antes se trataba de conservar el fiado, ahora se trata de conservar el trabajo”. Sin-estado: así Judy Butler llama  a esa


humanidad espectral, privada de peso ontológico, que no pasa las pruebas de inteligibilidad social requeridas para ser mínimamente reconocida (…) aquellos cuya edad, género, raza, nacionalidad y estatus laboral, no sólo los descalifica para la ciudadanía, sino que los califica activamente para convertirse en… desposeídos y desplazados.[4]


En fin, son las voces de los sin-estado en la Argentina, desde los 90 hasta los años posteriores a  la crisis del 2001, las que toman la palabra y hacen en grupo la obra temprana de Cucurto. Porque “no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”, como dice la cita bíblica del epígrafe que abre Zelarayán.


Encerrado en su jaula post-keynesiana, el poeta-“monstruo”[5] con “su terrible pene” ve pasar a “clientas y empleadas” de “los Mendes”, la empresa ubicua en todo el territorio nacional y en la que “el ano se difunde / cuanto más sube / la escalera mecánica”. Tinelización de la vida, ascenso terrible de la libido en proporción a la híper-difusión del objeto de deseo, cosificación de los sujetos subalternos en sus metonimias de género, metaforización sexual de la opresión estatal-empresarial sobre un colectivo social para goce (plusvalía) imperial: mientras “¡todas hacen propaganda del ano!”, a los monstruos como “Zela” (o el Sebas de El fiord, de Osvaldo Lamborghini, por ejemplo) se los condena forzosamente a la represión.


“Niños y niñas” no deben contemplar el mal ejemplo de la poesía salvaje al destruir los únicos espacios de ciudadanía avalados por el nuevo modelo de estado: los del consumo y los del espectáculo. Pero, aunque se los oculte, encierre o mate, las palabras de monstruos como “Zela” resucitan dialéctica y materialmente (Hechos 4-20). Poiesis es performance: los “mejores poemas” son aquellos en los que cantar algo y hacerlo son lo mismo. La voz del “monstruo” –junto con sus multitudes de demonios- evidencia el descontrol inherente al conjunto de fuerzas erótico-tanáticas que gobiernan los cuerpos y ritmos de un territorio, más allá de su demarcación nacional (neocolonial) y la imposición de un final para la historia y el estado. Los “niños y niñas” de esas décadas sabemos lo que significa tener “el sexo y el hurto / en los ojos”.




Lo nacional como sátira y la “superbanda” que huye de los ratis


Me interesa saber qué significa lo nacional, qué formas adquiere, cómo ha funcionado –o  dejado de hacerlo- históricamente, sobre todo en la reciente América Latina. Leo a Benedict Anderson, Comunidades imaginadas: los nacionalismos son artefactos culturales particulares creados en el siglo XVIII y vueltos modulares, y que se trasplantaron en grados variables de autoconciencia a diversos terrenos sociales, mezclándose con grandes constelaciones políticas e ideológicas. Si los nacionalismos fueron para la teoría crítica una “anomalía” o “patología, fue –leo- porque a las ciencias sociales y políticas les faltó un análisis de las raíces culturales del fenómeno. Y se me queda esta idea: al nacionalismo no hay que ubicarlo en las mismas categorías (ideológicas) que el fascismo o el liberalismo sino entre las (antropológicas) del parentesco o la religión[6].

En el poema-capítulo “Apocalíptico rescate de Zelarayán”, tras un “formidable derechazo en la jeta / del guardia petiso”, una banda logra liberar al poeta-“monstruo” justo cuando empieza el tiroteo y…


Del supermercado viene saliendo Carlitos Juniors

con una sirvientita empujando

un carrito lleno de comidas

¡Está preciosa la sirvientita del Juniors!”

(…) Nos subimos a un camión de cerveza
que estaba descargando, lo más campante;
pusimos al Juniors al volante y la paragua al medio.
(…) ¡Ese mi pollo de Aniyaco!

¡Carlitos corría el Rally Agüero!
¡Hiupi!
Cruzamos Córdoba a toda veocidá
¡con toda la prefectura atrás!
¡Y siete, siete patrulleros de la 21!
¡Los patrulleros despertaron al barrio!
¡Hiupi! ¡El colmo del afano!
¡Qué superbanda!


Para el “96-7” –recordemos- “Jr” ha muerto ya en el episodio del helicóptero y su novia modelo top es ahora sustituida por una mucama paraguaya también “preciosa”, puesto que cumple el papel de la chica durante esta escena de persecución policial protagonizada junto a una “superbanda” internacional. Sátira del cómic, las series y los realities tipo “Policías en acción”, que estigmatizan como delincuentes y drogadictos (en el mejor de los casos potenciales) a inmigrantes, trabajadores informales y jóvenes pobres, cosa de negros (“veocidá”), contracara del glamur susanesco de la política y el show business en pantalla. Una banda: eso es el yo lírico (si lo hay) de estos poemas (si lo son) que se enuncia anónimo y plural -un nosotros, un colectivo. En estas nuevas versiones satíricas de nuestra realidad consiste lo que Santiago Vega, albacea de Cucurto, llama el “realismo atolondrado”[7].

  

El espacio de lo político aún hoy está constituido, para amplios sectores civiles, por imágenes asociadas a la naturaleza mítica (léase mediática) del poder: fuerza, dominación, ambición, lujuria e inescrupulosidad animadas por una mezcla (tele)novelesca de azar y destino. Así, resucitado o zombi, “Carlitos” corre un rally urbano y en camión repartidor de birra, junto a un rescatado Zelarayán que


…tira a dos manos, fanático.

¡Tomen, botones! ¡Beban la leche de mi palo!

¡Lame pijas de la Cía! ¡Lame conchas de la Fortabat!

Y así perdimos a los ratis, bajo el sol de la tarde calurosa


Merced al excedente performativo propio de la poesía y la sátira, “Zela” y la “superbanda” (víctimas todos, incluso “Jr”, de la “Gran Empresa Nacional de los Mendes”) parecen querer resistir al control y la represión del estado efectuada en concreto por la policía, oponiéndose desde la violencia descontrolada (“tira a dos manos, fanático”) y lo televisivamente burdo (“¡Beban la leche de mi palo!”) incluso a Estados Unidos (“Cía”) y las multinacionales (“la Fortabat”). O al menos ese nosotros se fuga de “los ratis”, en el sentido –otra vez satírico, paródico, incluso aun ingenuo- de burlarse de.[8]





Las diferencias culturales en torno al eje capital-laburo y otra vez la muerte y violación de una nenita



Todos nos ponemos para el orto cuando muere una nenita.

W.C., Hatuchay


“¡Otra vez en la caye! / ¡Y sin un mango!”: en otro poema-capítulo de Zelarayán, otro yo plural, preso del cierre sistemático de fábricas firmado por “los Mendes”, canta y cuenta cómo “entramos a trabajar en un tallercito / de cortar tela, en la calle Paso, / pleno Once” y, cómo terminado el “infierno” de esa jornada, el jefe “coreanito” no quiere pagarle a uno hasta fin de mes:


Fue lo último que dijo:

El salteñito lo cazó

de las mechas y le enseñó toda
la furia salteño-boliviana,
le puso la cabeza bajo la plancha
de tintorería, la cabeza del amariyo
humeaba, humeaba... 
¡Era de ver y no creer!

¡Era de ver y eyacular!
¡Payo de mierda! ¡Ojo de concha inclinada!
¡te guai a volvé a Shangai!

Pero hay más: el yo que canta/cuenta sigue desquitándose “hecho la piel de Judas” con la hija de 13 años del “coreanito”, a quien viola y prende fuego:


¡Viva Tailandia!
¡Asiática hepatítica!
¡Hija de Li Po!
¡Pindapoy!
(…)-¡Yamanochuqui ando!
-¡Yamanochuqui ando! -decía.
¡Me están culeando!
¡Me están culeando! 


Verborrea de violencia ingenua y ternura inaceptable, eficaz y revulsiva contra todo bien decir y toda corrección política[9], devela -de última- el backstage de cualquier historia diaria de la prensa amariya. Extremando el tono irónico (“¡Era de ver y no creer!”) y cómplice (“¡Era de ver y eyaculear!”) de la opinión pública, el pulp de Zelarayán lleva a la imagen del acto lo que late en potencia en cada interacción social mediada por una relación de poder[10].


Esta vez no hay ningún representante del estado (los “botones”), sino del capital. “Se le derretían las orejas al amariyo / cuando veía cómo la culeaban a su hija”: de nuevo aparece esa suerte de revancha del oprimido contra algún representante del capital (la hija-prole como mercancía) del –digamos- opresor. El llanto del dueño del supermercado coreano saqueado durante diciembre de 2001 reverbera desde unos años antes en la vis imaginativa cucurtiana. Ambas imágenes asiáticas se nos superponen (literatura y medios) en tanto fenómeno medular para empezar a pensar lo político y lo nacional.


En esos orientalismos de la lengua (y la mirada) argentina, se puede  leer que la tragedia y el conflicto entre grupos sociales subalternos es la contracara de una construcción histórica del otro que parece operar descontroladamente en contextos de dependencia y necesidad. La xenofobia (no sé si es correcto el término en este caso) se agazapa en gran parte de la clase trabajadora que se siente –entrecomillemos- más argentina (o latinoamericana inclusive: “furia salteño-boliviana”) con respecto a los dueños –entrecomillemos de nuevo- no argentinos del capital: de ahí que entre la “fauna onceana” aparezca también cierto antisemitismo cuando por ahí “alguien toma la palabra”, como Romina, 18 años, que está de “8 a 10 corrido” en una vidriera del Once: “Sí, me encanta que les pongan bombas a estos/ judíos platudos”[11].


Pero cuando se trata de sujetos masculinos, el desquite toma la forma de una fuerza sexual descontrolada –un demonio- que asesina (goza) en articulación con el capital instrumental ajeno: “la plancha de tintorería”. Pero hay acá involucradas además problemáticas de género y edad en relación al eje raza-estatus laboral. En definitiva, lo que está a punto de estallar –y estalla– son las tensiones eróticas-tanáticas en juego en cada situación social.[12]  Así, una temática central en Cucurto, el femicidio y la violencia contra la mujer, se fusiona perfectamente con el eje laboral en este verso: “Con los pelos púberes de la concha se conserva el trabajo en este país”.


Cucurto aprendió a leer esos choques letales de los devenires minoritarios leyendo a Zelarayán y los Lamborghini, y también a “los grandes putos”: Perlongher, Arenas, Copi, Sarduy, Puig y Lezama, sus “musas”. Pero no me interesan las genealogías literarias, sino ver cómo trabajan en la lengua la literatura y los medios de comunicación en relación a las construcciones imaginarias –discriminatorias, excluyentes, violentas- sobre lo nacional (y popular), la política y la realidad (no lo real). Cómo se forman, operan y transmutan, en relación al eje del status laboral, y cómo, al entrar en tensión con otras diferencias, sobre todo las de género, terminan entrando –violenta, sexual y mortalmente a veces- en lo real. Ese será nuestro trabajo.

Porque si en Zelarayán “Zelarayán” personifica la poesía salvaje, el personaje llamado “papá” simboliza el trabajo en negro[13]. Este vendedor callejero que “cuando suena cumbia nadie/ la baila como él”, en su deseo de transmitir el evangelio, se pone a montar un escenario sobre el techo del Abasto y


…se cuelga del cartel de Coto, le agarra
la electricidad y cae sobre el asfalto mugroso.
Papá pierde el conocimiento, y cree que es
Ricardo Zelarayán.
Si no estoy mintiendo un poco, ya no odia
A Enzo Francescoli.
Es más, cree que es Enzo Francescoli
Y anda haciendo chilenas por el aire.
Papá pisa un cable de su escenario y se
incendia,
(…) y sale corriendo
(¡envuelto en llamas!)
hasta Tucumán y Agüero,
para el 46 hace bajar a toda la gente y se va
con el colectivo. ¡Y el colectivero de rehén!
Papá maneja el colectivo descontrolado,
el 46 da vueltas como un trompo
hasta que se mete en el Rancho A y B
donde los bolitas bailan cumbia.



Confusión pues, tensión entre lo que se es y lo que se cree (o quiere) ser[14]. Descontrol individual y colectivo en el que intervienen componentes religiosos, deportivos, publicitarios, todos ligados al espectáculo, o bien a las empresas y los bienes públicos (la electricidad, el transporte público, el “abasto”). Imposibilidad de hacer experiencia (“pierde el conocimiento”), pérdida de la propia identidad y voluntad, extrañamiento del propio lugar. Este “padre” que incluye –al menos como creencia- a la poesía salvaje (Zelarayán) y los objetos de identificación colectiva (Francescoli, en otros poemas Maradona, o cantantes de cumbia como Gilda), conduce un “colectivo descontrolado”. Representa a la clase trabajadora nacional que se estrella en la miseria planificada (“Rancho A y B”) por el imperialismo global para todas las plurinacionalidades sin-estado de América Latina. Abriendo, en la lengua y la imaginación, las fronteras del estado-nación neocolonial, otro posible espacio propio (y performativo, aliado de la poesía, el trabajo y la solidaridad) aparece entonces, en medio de la violencia, la servidumbre y la desesperación sociales, como promesa acá de música, baile, alegría, erotismo, arte, amor, incluso sentido de pertenencia colectiva y hogar: la cumbia. 





[1] Todas las citas de poemas e incluso comentarios y aclaraciones de Cucurto vienen de: Cucurto, W. (2007), 1999; Poemas de siempre, poemas nuevos y nuevas versiones, Eloísa Cartonera, Bs. As

[2] Cfr. J. Ludmer (2007), Literaturas postautónomas 2.0, originalmente en www.loescrito.net

[3] Guy Debord definió en 1967 al espectáculo como “el capital en un grado tal de acumulación que se transforma en imagen”: las teorías sobre la globalización y la posmodernidad solo vinieron a constatar ese diagnóstico hoy profético a escala intersticial y planetaria. Más allá de las tecnologías informáticas en comunicación y transportes y un supuesto multiculturalismo democrático, la compresión espacio-tiempo propia de la experiencia de los sujetos de la era digital se corresponde con el estadio actual del devenir del capital, donde la acumulación se efectúa por la desposesión directa de los últimos recursos de la Madre Tierra y otros bienes colectivos de la población mundial: empresas públicas y de servicios, ahorros, jubilaciones, seguridad social, etc.

[4] Butler, J. y Spivak G. (2009), ¿Quién le canta al estado-nación? Lenguaje, política, pertenencia. Paidós, Bs As. pp. 53-54.

[5] “…la palabra monstruo quiere decir no sólo ‘mostrar’ sino ‘mostrar espectacularmente’. (…) lo que se exhibe más allá de la norma (monstrum)”, Carrera Arturo (ed.) (2001), “Prólogo” a Monstruos, Antología de la joven poesía argentina, Bs. As., FCE, p 11.

[6] Anderson, B. (1993), Comunidades Imaginadas. FCE, México, pp. 21 y 46, dice además que, para el surgimiento moderno de la comunidad imaginada de la nación, se necesitaron “dos formas de la imaginación”: la novela y el periódico. Buscando sumarle la radio, el cine y, sobre todo, la tele (Internet en los 90 aún no se propagaba como habitus) a la cuestión imaginaria-nacional,  leo un clarificador trabajo de campo hecho desde comienzos 90, sobre medios de comunicación en relación a lo local y la nación. Según su informe, lo nacional aparece como una construcción ideológica que la gente vincula abstractamente con la sociedad en general e imaginariamente con el Estado o el gobierno, aunque en los ’90, los entrevistados se aproximaban al concepto entreviéndolo como un ente desdibujado o ausente, una noción borrosa entre los mitos escolares de la Patria como esencia ahistórica -destino de gloria, eternos laureles- y cierto sentimiento masivo de haber sido burlados en esa creencia colectiva. Apenas pasada la crisis del 2001, habrá un mayor escepticismo social en relación a las posibilidades de poder comprender la realidad,

Eso en relación a lo nacional. Y en relación al poder, casi siempre partir de fragmentos informativos provenientes de los oligopolios mediáticos, son dos las dimensiones del poder (y por lo tanto del gobierno hasta en sus más remotos representantes institucionales y burocráticos) que más se reiteran en los entrevistados, al vincularlo con la situación del país: la dimensión de la violencia y la de lo televisivamente burdo o chabacano, ambas tramadas, con tono  entre irónico y cómplice, como una sátira bizarra y delirante. (¿la escritura de Cucurto no va acaso a producir por los mismos años los mismos efectos satíricos de superficie: violencia grotesca y espectacularización irónica de lo que está pasando?).

Por otro lado, más allá de las fronteras argentinas, el del poder suele ser imaginado como un espacio históricamente indefinido, borroso, ocupado por Estados Unidos o las multinacionales. En correspondencia con las ideas (hegemónicas entonces en la academia) sobre el fin de la Historia y los grandes relatos, los consultados, en general, afirman que contra ese poder internacional no hay posibilidades de acción: a su dominio este país sólo puede someterse.  dice el informe de Grillo, M. (2007), "Medios de comunicación, lo local y la nación. Itinerarios de una investigación de campo realizada en Córdoba", en Boletín de la Biblioteca del Congreso de la Nación, Bs. As. pp. 5-8.

[7] Washington Cucurto, se sabe, nacido en  San Juan de la Maguana en República Dominicana y llegado a Buenos Aires en los ‘70, es un autor ficcional, alter ego de Santiago Vega (nacido en Quilmes en 1973) compilador y editor de la obra de su heterónimo, en un juego de prólogos, contratapas, entrevistas, etc.

[8] Pero ¿es este gesto políticamente suficiente, cómo incide esta nueva poesía en lo real? La pregunta quedará sin responder, aunque podemos empezar a reflexionar sobre el potens performativo de la lengua del canto y la poesía a partir del libro-diálogo ya citado de Butler y Spivak y del ensayo de T. Kamenszain (2007), “Testimoniar sin metáfora”, en La boca del testimonio, Norma, Bs. As.

[9] Zelarayán fue seleccionado por la Secretaría de Cultura y Medios de Comunicación (gestión de Darío Lopérfido) como material de lectura para colegios. Años después, el 23 de marzo de 2002, La Capital de Santa Fe titulaba “La Nación repartió material xenófobo y pornográfico en bibliotecas escolares”: se refería a la censura, seguida de quema pública, de más ejemplares hallados en una escuela de Cuatro esquinas, a 35 kms. de Rosario.

[10] Dice David Harvey que "diferencia” y “otredad” son producidas en el espacio a través de la simple lógica de la inversión de capital y en la proliferación geográfica de la división del trabajo. Y dice Richard Sennet que el sujeto del nuevo capitalismo vive en un constante temor a la dependencia laboral: al concretarse, produce un sentimiento de vergüenza por el sometimiento a otros, que suele derivar en una pérdida del control de uno mismo (“Una de las grandes ironías del modelo de la nueva economía es que, al desmontar la jaula de hierro, sólo ha conseguido reinstalar traumas sociales y emocionales”). Harvey, D. (1995), "From space to place and back again: reflections on the condition of postmodernity", en John Bird, Mapping the futures: local cultures, global change. Routledge; Londres-Nueva York, p. 3; y Sennet, R. (2008), La cultura del nuevo capitalismo, Anagrama, Barcelona, p. 45.

[11] Eduardo Grüner dice que no puede haber plena circulación multidireccional de bienes, mensajes y sujetos, ya que el capital financiero no tolera la libre circulación de la fuerza de trabajo, y que esa es “la verdad oculta del capitalismo global”, lo que Wallerstein y Balibar llaman el nuevo racismo laboral, venido a sobreimprimirse, en nuestra América, a los viejos racismos de la Modernidad eurocéntrica. (“Prologo; Sobre el estado-bifurcación y otras perplejidades dialogantes”, en Butler-Spivak 2009: 31). Cfr. también Quijano A. (2000) “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, en Lander, E. (2003), La colonialidad del saber. Perspectivas latinoamericanas. Bs. As., UNESCO-CLACSO, pp. 201-246.

[12] Las de Cucurto son las imágenes tradicionales de la literatura argentina desde El matadero, las del cuerpo sexualmente torturado y muerto de un individuo que metaforiza con su diferencia la violencia política en el colectivo social. En los textos de Historia, Filosofía y ciencias esa diferencia solía coincidir con un lugar de otredad o exterioridad respecto de lo nacional, siempre ocupado por negros, indios, gauchos e inmigrantes europeos. Hoy, en radio, tele y prensa, adjudicándose la doxa del ciudadano medio, suele posicionarse como no argentinos a delincuentes, inmigrantes latinoamericanos (o de otras zonas periféricas del sistema-mundo) y pobres en general.

[13] La imbricación de la firma-Cucurto con el mundo del trabajo excede sus propios textos y se abre a la circulación del libro como mercancía artesanal, a través del proyecto colectivo social y artístico, la editorial Eloísa Cartonera.

[14] En este sentido, es posible darle razón a J. Martín Barbero cuando dice que la televisión” fue, en algunos contextos, el “único dispositivo de comunicación capaz de contrarrestar el aislamiento de poblaciones marginales y de establecer vínculos culturales comunes a la mayoría de la población”, Barbero J.M. (2001), “Mediaciones urbanas y nuevos escenarios de comunicación”, Impreso Universidad de Cali, p. 4.


No hay comentarios:

Publicar un comentario